Produciendo monitos
octubre 27, 2008

Por David Núñez



Una de las cosas, entre muchas, que diferencian a hombres y niños pequeños es sin duda su capacidad para creer: creer en hadas, príncipes, dragones que lanzan fuego, muñecos de nariz puntiaguda, superhéroes voladores y por sobre todo, creer en todo lo que dicen nuestros padres y mayores.

Esta verdadera manifestación de fe se refleja especialmente en nuestro lenguaje. Todas las premisas aprendidas durante la niñez comienzan con mi papá me lo dijo o mi mamá me enseñó.

El traspaso ideológico, de ese modo, lleva a un niño a aprenderse de memoria el ceachei de la selección nacional, a disfrazarse de monstruo para halloween y a buscar huevitos de chocolate escondidos, sin que ninguna de esas manifestaciones le pertenezca totalmente.

Lo que se supone es sólo una etapa de vida, a la espera que el niño crezca y comience a tomar sus propias decisiones, se complica cuando la ideología es tan fuerte que impide el crecimiento, segmenta la visión y conforma el espíritu.

La religión se presenta así como el campo propicio para anidar polluelos desde pequeños, a la espera que se transformen en grandes gallos que más adelante harán de proclamar las bendiciones de la luz eterna a gallos, gallinas, monos y peces.

¿Cómo se desarrolla este proceso cuando somos niños? ¿Qué hace que conforme avanza el tiempo no pierda fuerza ni se desvíe del propósito inicial? ¿Qué tan libre eres para elegir en lo que quieres creer cuando tienes apenas 5 años? ¿Qué pasa si la persona que eligió por ti se equivocó?

La crítica de Marx a la religión estaba centrada justamente en aquello que la hacía más fuerte: su capacidad para esquivar la realidad y tranquilizar a los creyentes, drogando cualquier intento por corromper las creencias que en ella se sustentan. Cuando la religión controla el alma, no importa la edad que tengas, la culpa, ese mecanismo manipulador por excelencia, se apacigua y se reivindica, haciendo que todo lo que hagamos tenga sentido.

Aquí yace una de las problemáticas esenciales de toda religión y que define su efecto en la sociedad: el poder para adormecer o la responsabilidad de despertar. ¿Cuál es el rol de la religión? ¿Dejarnos tranquilos con tres Ave Marías antes de dormir o abrirnos los ojos respecto a lo que sucede en el mundo? ¿Callar las muertes porque se lo merecían o denunciar lo que todos saben?

Independiente de la mirada que se adopte, la responsabilidad de los padres ideologizadores no termina con leer un pasaje de la Biblia o realizar una primera comunión. Cuando la mentira se cae, el absolutismo se relativiza y la corteza se derrumba, sólo queda el vacío, el resentimiento y la urgencia por recuperar el tiempo perdido.

Por suerte aún tenemos la ironía, Internet y youtube, para seguir creyendo que todo siempre puede empeorar.