Por una guitarra, un mundo
abril 06, 2009

Por David Núñez



En una época en que se le asigna tanto valor a la información neta, a los datos duros y a las muestras explícitas, me parece refrescante tomarse unas líneas para hablar de una de las figuras más potentes de la taxonomía retórica: la elipsis.

Pariente mestiza de la metonimia, la elipsis se define como la posibilidad de “omitir en la oración una o más palabras, necesarias para la recta construcción gramatical, pero no para que resulte claro el sentido.” (rae) En otras palabras, se suprime un elemento que sin hacer perder lo que se dice, dota a la expresión de una sugestividad escondida y a mi juicio, intensamente elegante.

Aplicable a diversas manifestaciones estéticas –lenguaje, gráfica, música, cine, etc- la elipsis se presenta en todo su esplendor cuando justamente ese elemento que se suprime se constituye en el eje central de aquello que se quiere comunicar. Cuando lo esencial es justamente aquello que no está, aquello que se prescinde y se evade, provocando la inevitable atención del receptor más despierto.

De este modo, la elipsis altera el mensaje global en términos sintácticos y semánticos, eliminando en forma explícita algún elemento del mensaje. Al borrar significados, la elipsis genera aquello que todo buen comunicador anhela: que el destinatario reconstruya mentalmente lo que falta, obligándolo a participar en el diálogo imaginario que se expone ante él.

Uno de los ejemplos más cercanos de este tipo de elipsis se da en el ámbito kinésico, y se basa en un insight que todo buen amante de la música ha practicado alguna vez: la guitarra aérea. Casi una forma de arte en oriente, la mímica del guitarrista enloquecido hace tiempo que ya forma parte de la cultura popular mundial. Concursos, parodias publicitarias, campeonatos mundiales, juegos de video, documentales y hasta federaciones de guitarristas aéreos dan cuenta del poder evocador de esta práctica.

Y es precisamente en ese poder evocador que radica toda el wattaje de esta elipsis aérea. La guitarra nunca se muestra, pero todos la vemos, la sentimos y hasta oímos como suena. La destreza no sólo radica en lograr la sincronía perfecta entre gestos y sonidos, sino también en hacernos creer que el instrumento esta allí, tiene vida y es concretamente invisible.

Cuando la elipsis y su peso simbólico se evidencian, lo que importa no es tanto lo que se muestra, sino precisamente aquello que no se deja ver a simple vista. Cuando la ilusión se contrapone a la realidad y la nada se convierte en lo único y verdadero.