Disfunciones Semánticas
abril 08, 2009

Por David Núñez



Que el contexto hace que interpretemos la realidad en forma distinta es a esta altura un axioma más que probado. Un signo se va a actualizar siempre a partir de los demás signos con que se relacione. Lo mismo sucede cuando adquirimos nuevos conocimientos. Lo que aprendemos nos permite acercarnos desde perspectivas nuevas a paisajes que antes nos parecían cotidianos.

De este modo, cuando aprendemos inglés nos empezamos a dar cuenta que todas esas canciones anglosajonas, que jurábamos tenían un significado trascendental, no eran más que lugares comunes podridos, en su mayoría con letras de amor baboso y quinceañero. I love you, i need you, i want you. Yeah.

A medida que crecemos sucede lo mismo, sólo que muchas veces ni siquiera teníamos conciencia de los significados que nos rodeaban. De chico tarareábamos las canciones que cantaba la mamá mientras hacía el almuerzo, sin siquiera sospechar lo que había tras ellas. La música tiene sin duda una gran la capacidad para connotar, pero es la letra la que finalmente define el sentido. Y claro, cuando uno tiene 7 años ese no es un tema que interese mucho.

“Era en Abril”, de Juan Carlos Baglietto, es simplemente una canción terrible (Se ha muerto mi niño…) Y uno la cantaba como si fuera una hermosa canción de cuna, para quedarse dormido feliz toda la noche. Carlos me comenta “La Séptima Luna” de Emmanuel: el Apocalipsis estaba entre nosotros y nunca nos dimos cuenta. El video clip tiene una estética de higlander sudaca imperdible. Y para qué hablar de “Puerto Pollensa”, de Sandra Milhanovic, y tantas otras.

Pero “Pólvora Mojada”, de Pablo Abraira, es sin duda el descubrimiento mayor. Gracias JP. No es sólo una canción de amor y desamor que uno cantaba como si nada mientras tomaba té en platillo con pan con mantequilla. Es la historia de un tipo que se niega a amar porque no le funciona. La letra es tajante:

Yo te acaricie por nada
por sentirte un poco mía,
me gustaba ver tu cuerpo
y tener tu compañía.

Tú callabas, yo reía
y de pronto me di cuenta,
tú temblabas en mis manos,
me sentí como un gusano
y te dije mírame
tú llorabas, yo no sé

Coro:
Mujer, me estás pidiendo amor
y yo no puedo darte nada.
Mujer, no sigas por favor
por que la llama del amor
no enciende pólvora mojada (2 veces)

Deja ya este juego
que no hay nada más cruel
que jugar con fuego.

Preguntaste hay esperanza
yo te dije no, ninguna
para qué probar fortuna
qué vas a esperar de mí
no te amo, tú a mí sí

Fuiste recogiendo alas
como un águila herida.
Corazón, así es la vida
cuando se juega, el amor
no juguemos, es mejor.

Coro:
Mujer, me estás pidiendo amor
y yo no puedo darte nada.
Mujer, no sigas por favor
por que la llama del amor
no enciende pólvora mojada (2 veces)

Es una canción valiente, no se puede negar. No sé si alguien se atrevería a cantar algo así hoy. En defensa de Abraira sólo podemos decir que tiene una hermosa familia… con robustos hijos incluidos.
Por una guitarra, un mundo
abril 06, 2009

Por David Núñez



En una época en que se le asigna tanto valor a la información neta, a los datos duros y a las muestras explícitas, me parece refrescante tomarse unas líneas para hablar de una de las figuras más potentes de la taxonomía retórica: la elipsis.

Pariente mestiza de la metonimia, la elipsis se define como la posibilidad de “omitir en la oración una o más palabras, necesarias para la recta construcción gramatical, pero no para que resulte claro el sentido.” (rae) En otras palabras, se suprime un elemento que sin hacer perder lo que se dice, dota a la expresión de una sugestividad escondida y a mi juicio, intensamente elegante.

Aplicable a diversas manifestaciones estéticas –lenguaje, gráfica, música, cine, etc- la elipsis se presenta en todo su esplendor cuando justamente ese elemento que se suprime se constituye en el eje central de aquello que se quiere comunicar. Cuando lo esencial es justamente aquello que no está, aquello que se prescinde y se evade, provocando la inevitable atención del receptor más despierto.

De este modo, la elipsis altera el mensaje global en términos sintácticos y semánticos, eliminando en forma explícita algún elemento del mensaje. Al borrar significados, la elipsis genera aquello que todo buen comunicador anhela: que el destinatario reconstruya mentalmente lo que falta, obligándolo a participar en el diálogo imaginario que se expone ante él.

Uno de los ejemplos más cercanos de este tipo de elipsis se da en el ámbito kinésico, y se basa en un insight que todo buen amante de la música ha practicado alguna vez: la guitarra aérea. Casi una forma de arte en oriente, la mímica del guitarrista enloquecido hace tiempo que ya forma parte de la cultura popular mundial. Concursos, parodias publicitarias, campeonatos mundiales, juegos de video, documentales y hasta federaciones de guitarristas aéreos dan cuenta del poder evocador de esta práctica.

Y es precisamente en ese poder evocador que radica toda el wattaje de esta elipsis aérea. La guitarra nunca se muestra, pero todos la vemos, la sentimos y hasta oímos como suena. La destreza no sólo radica en lograr la sincronía perfecta entre gestos y sonidos, sino también en hacernos creer que el instrumento esta allí, tiene vida y es concretamente invisible.

Cuando la elipsis y su peso simbólico se evidencian, lo que importa no es tanto lo que se muestra, sino precisamente aquello que no se deja ver a simple vista. Cuando la ilusión se contrapone a la realidad y la nada se convierte en lo único y verdadero.